Un saxo noruego



A Jan Garbarek lo conocí gracias a un hombre que me susurraba calmantes verbales al otro lado del teléfono. En mitad de la madrugada, y en unos días en los que mi estabilidad emocional se tambaleaba entre la locura y la miseria, aquel hombre me llamaba Laura, como la canción, me hablaba de Verona, de la serenidad del saxo de un noruego llamado Jan Garbarek, de un disco de Charlie Parker que llevaba mi nombre y de que, también él, tenía una mujer con hipoteca que le arrastraba hacia una espiral de demencia y asfixia.

Nunca supe cómo se llamaba aquel hombre, ni de qué color eran sus ojos en los días de lluvia. Y, sin embargo, me desnudé ante él como no lo he hecho con personas que comparten mi herencia genética y mi árbol genealógico. Como si pudiera verme por una grieta de mi casa, sabía llamarme en ese momento oportuno en el que había vaciado una botella de ron, las colillas desbordaban el cenicero y a Lady Day no le quedaban más lamentos que escupirme a la cara. Entonces, le hablaba de El Hombre, de que ya no aguantaba más, de que mañana le seguiría hablando de hipotecas y de que también pasado mañana le diría que ya no podía más.

Los que me seguís desde el principio, ya sabéis que el cuento acabó con un final feliz. De aquel hombre que me hablaba con voz serena al otro lado del teléfono, no supe mucho más. De tanto en cuando, me llega un mensaje en el que se me llama “pequeña Laura”, en el que se me cita en Verona para brindar con un buen vino y en el que se me dedican unas notas de “My Funny Valentine”. Supongo que estará bien, que seguirá consolándose en la serenidad de Garbarek mientras mira en la ventana el reflejo de aquella mujer que le arrastraba hacia esa espiral de histeria que, durante algunas madrugadas, compartió conmigo.

Jan Garbarek viene a Madrid. Al Teatro Real. También viene Charlie Haden. Así que una empieza a hacer malabarismos con la miseria monetaria. Ya he hablado en este espacio de qué supone ver un concierto en semejante escenario. De modo que buscaré una butaca en la que alunarme con la placidez del saxo noruego y la inventiva del contrabajista. Y, seguramente, en el descanso recorreré con mi mirada todas las miradas del coliseo. Por ver si reconozco la mirada serena que, durante algunas noches, me habló de Verona, de un disco de Charlie Parker y de un saxofonista que se llamaba Jan Garbarek.

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