Con el tiempo, I close my eyes


Con el tiempo, una se va volviendo más prudente. La diversión antigua de meter el dedo en la llaga y moverlo con brusquedad, deja paso a una cierta templanza.

Una ya no pregunta por aquella bicha que le robó el semen a un amigo. Sabe que la farsante que llevaba dentro, en algún momento, se comió el envoltorio intelectual que la rodeaba. También sabe (en realidad lo supo siempre) que no leía a Houellebecq, que nunca se volvió a poner un liguero tras hacerse las fotos con las que calentaría al amigo y que no compartía con Anaïs Nin más que el intento frustrado de proyectar la depresión constante que nunca le perteneció. Y sobre todo, sabe que el amigo trata de no reconocerse a sí mismo que volvieron a venderle un intento de ser La Mujer.

Siempre he pensado que hay cosas que o se tienen o no se tienen, pero no pueden aprenderse. Si uno no nace con gracia, se jode. Pero si intentas ser el "graciosete" del grupo, al final se te ve el plumero mediocre. Si no nace con talento, se siente. Si no naces Gilda, no trates de disimular que nunca fuiste una Ilsa con problemas de autoestima.

Con el tiempo, una aprende a tomar canciones prestadas con las que callar todo lo que falta por decir. Una escucha a Dinah Washington, que es como escuchar a una gacela rugiendo jazz para ocultar su ternura de soul. And through the years / In those moments / When we're far apart / Don't you know I'll close my eyes / And I'll see you with my heart.

Con el tiempo, una sigue encontrándose en las canciones, en las palabras, en las imágenes de otros. Las mismas canciones que, en otros días, nos mostraron diferentes caras del poliedro. Las mismas canciones que nos hicieron ver a Digo, hoy se nos clavan en el Diego.

Pero todo esto viene a que ando escuchando a Dinah Washington, a que me he acordado de que nunca hablé con un amigo de una de sus últimas decepciones y a que, supongo, él sabe que cuando cierro los ojos, estoy con él con body and soul. Es sólo que no siempre es necesario exorcizar en público los pecados cometidos. Al fin y al cabo, todos tenemos los fantasmas de nuestras equivocaciones revoloteando por la sala de estar. No nos gusta que nos digan, "eh, mira, ahí está tu cagada del año pasado". Pero al menos, sabemos que no siempre fuimos brillantes, que ya es mucho. Hay quien todavía se confunde y piensa que hizo una genialidad cuando, en realidad, nadaba entre los vómitos de su propia miseria.

Escuchando The Definitive Dinah Washington

Comentarios

Anónimo ha dicho que…
Lo de La Mujer. Siempre a vueltas con la Mujer, y tú y yo nunca de acuerdo sobre si se llamaba Ilse o se llamaba Gilda. Quizá La Mujer se llamaba Liv a secas, o no se llamaba de ninguna otra manera.
Etiquetas. En la tercera copa de la noche las etiquetas se ven menos claras, y en una barra de turno uno confiesa siempre las peores mentiras. (Esto último me ha quedado un poco Ismael Serrano, joder, ya sólo me falta hablar de la ciudad que es más grande cada día).
Al final los exorcismos, creo yo, vienen siempre de una manera más sutil y menos pública. Si tuviera coche podría decir que vienen conduciendo por la carretera y escuchando "Ol´55" de Tom Waits, pero en la 518 el jazz se escucha descafeinado y parece no llevar a ningún lugar. Así acabamos los niños de la canción de autor, el cine de autor, la ostia en vinagre de autor.
Lo mejor de ciertos escritos es que nadie tiene por qué leérlos. También pasa, supongo, con los exorcismos. Y con el jazz. Lo mejor de ciertas piezas es que suenan mejor, como tú bien dices, años después en otra cara del poliedro sonoro. Pregúntamelo dentro de diez años y seguiré diciéndote que la versión que me pasaste de "My funny Valentine" o de "Laura" eran, a grandes rasgos, exorcismos puros.
No importa lo que pase. La música sigue ahí, esperando.

Entradas populares de este blog

365 días

Un poema

Johnny Staccato