Cuento de Navidad en cinco capítulos


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Anoche, las familias de bien, aquellas que se han creído eso de que no hay ningún tipo de crisis económica, ocupaban el centro de Madrid. Cerraban las tiendas, a las que habían ido, sin duda, a buscar a un Rey Mago que quisiera hacerse cargo de los deseos de los hijos, sobrinos, nietos o vecinos. Colapsaban las calles, con su felicidad navideña, aguantando las incomodidades con la dulce sensación de la musiquita de campanitas celestiales y las luces que adornan las calles en estas fechas.

Era, pues, la típica noche navideña, de esas que son un lugar común en las películas hollywoodienses. Ya sabéis, de esas que se nos muestran con un dulce villancico jazzero_comercial de fondo. Imagen ralentizada. Una pareja de guapos sonriendo, cargados de bolsas y de paquetes, con la nievecita de papel cayendo ante los ojos del espectador. Si no hubiera sido así, este post no sería un cuento de Navidad en cinco capítulos.


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Mientras un atasco humano saturaba el centro de la capital, un hecho insólito ocurría al otro lado de la ciudad. En el zoológico de la Casa de Campo, un vigilante decidía dejar en libertad a una especie animal que, si bien no resultan peligrosos, sí es de sobra conocido que deben permanecer en cautividad por el bien de la sociedad. Pero la magia de la Navidad llegó también al corazoncito de aquel vigilante. De otra forma, no podría explicarse tal nivel de inconsciencia.

Así, antes de irse a Móstoles, donde su mujer le aguardaba con la cena preparada y la bata de boatiné encajada, abrió la jaula de los popies. Sin embargo, se olvidó de quitarles el hilo musical donde sonaba el cd de Benicassim 2006. Desde su encierro, los responsables del zoo decidieron que sería más espectacular ponerles este tipo de música. Así, bailarían ante los niños y recibirían gominolas desde el otro lado de la reja.

Lo normal es que los popies hubieran estado concentrados con los comics japoneses, las películas de Antonioni o con los solitarios orientales que, con una decisión acertada, se habían dejado a su alcance. Sin embargo, vaya usted a saber por qué, uno de los popies leía con especial ahínco el EP3 del viernes pasado donde, como una curiosidad macabra, algún redactor despistado había cambiado “Concierto de Björk” por “Jam Session de Blues”. Así, el popie lector, al ver que el vigilante les abría la jaula, se acercó al resto de la manada y les propuso hacer una excursión.


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Al mismo tiempo, una muchachita sorteaba con un amigo las calles del centro para llegar hasta un club de jazz. Habían programado una jam de blues y, puesto que su amigo no soportaba demasiado el jazz pero sí el blues, era una opción más que apetecible para una noche navideña y vacacional.

Cervezas para aliviar la sequedad y la consecuente antropofobia ante tanto Cortilandia y tanto regalito navideño. Tostas y huevos estrellados (que para algo la muchachita es andaluza). Y, por fin, el club de jazz.

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Nadie podía prever que una manada salvaje de popies iba a dar un Golpe de Estado para instalarse en el Bogui Jazz. Tampoco podía nadie imaginar que los pequeños aprendices de pinipón, con sus pelos entre lo afro y lo cardado a lo démodé, iban a adaptar los bailes de Benicassim a aquella música que emergía de los trombones, la guitarra, los saxos, la batería, el bajo y la armónica. Y, sin embargo, así sucedió, con el respectivo odio de los asistentes habituales que, simplemente, van a beberse una copa mientras escuchan música que, si no muy buena, sí es ilusionada.

Así que allí estaban los popies, dispuestos a quedarse, comparando ciertos acordes con el disco aquel de Portishead o aquella canción de Chemical Brothers (si es que existe una comparación posible sin castigo a garrote vil incorporado).

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En Navidad todo es posible. Lo sabe muy bien Tim Burton, que está pensando en hacer una película con estética mágica sobre la manada de popies que acaban en un concierto de blues.

Es posible hasta que una muchachita, a la que le encanta el Bogui Jazz, salga de allí con un odio declarado a la humanidad. Pensando en que, cuando monte su propio club de jazz, pondrá a la entrada un cartel que diga “RESERVADO EL DERECHO DE ADMISIÓN” y un portero negro de dos metros que, al ver a un posible espectador con una chapita de estética guay o unas gafas a lo Isabel Coixet, directamente, sin previo aviso, saque un bate de béisbol y le invite a meterse en la discoteca de al lado, donde seguramente, pinchen a Morcheeba o a Belle & Sebastian. Ellos podrán hacer sus bailecitos benicassimianos y los músicos podrán tocar sin tener la sensación de ser la portada del Rock The Luxe.

Comentarios

Anónimo ha dicho que…
Si Tim Burton hace un día esa película, otro día será para ir a verla, para reirnos un poco de semejantes personajes.

Besos. Sin espumillón.
Manolo ha dicho que…
Ufffff. Olvido, fumate un buen canuto con El Hombre, o sola. Mejor sola, con una copa de vino, un buen disco, el que tu quieras, y un libro: La Vida Exagerada de Martín Romaña. Ya verás como se te pasa.

Por cierto, que bien escribes, cabrona!
Anónimo ha dicho que…
Vaya, una tragedia supongo: hay que respetar los territorios y más si de jazz hablamos. El caso es que a mi me gusta BASTANTE Belle & Sebastian.

Y el jazz.

Oh. Cielos.
Olvido A. ha dicho que…
José Miguel: y seguro que haría una excelente película. Besos con espumillón

Manolo: tomo nota de tus consejos. Muchas gracias guapo.

Alvy: no se trata tanto de respetar territorios como de respetar a personas. Si llegas avasallando, tapando la vista a los que están antes que tú, chocandote con tus bailes étnicos y pisoteando a la gente que está ahí primero, sin molestar a nadie... Pues como mínimo eres un imbécil, o eso creo yo. Y así eran los elementos estos.
Pd. Y no tengo nada contra Belle & Sebastian, hasta tengo algún disco perdido. Es una forma de hablar para definir a un cierto tipo de gente. Perdona si te has sentido insultado de alguna u otra manera.

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